por Tatiana Bustos Ramírez
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28 de enero de 2020
Tatiana Bustos* El éxito en la vida laboral depende, en gran medida, de las experiencias de relacionamiento en la primera infancia. La universidad de Harvard, en Estados Unidos, ha realizado un interesante estudio en el que afirma que el 85% del éxito laboral depende de cuan desarrolladas estén las habilidades blandas en una persona. Pero ¿qué son las habilidades blandas? y ¿qué relación tienen con las experiencias de relacionamiento en la primera infancia? Las “habilidades blandas”, también llamadas no cognitivas o socioemocionales, forman parte del núcleo de la personalidad y del comportamiento de un individuo. Estas habilidades son aquellas que se desarrollan a partir de haber adquirido la capacidad del reconocimiento de sí mismo y el de los demás. Se trata de una serie de características que promueven e impulsan la aptitud para el trabajo cooperativo. Quienes poseen este tipo de habilidades serán los llamados a liderar positivamente a los grupos de trabajo, y serán los capaces de señalar el camino hacia el éxito, basado este en el crecimiento de cada uno de sus integrantes y, por extensión, del conjunto de la sociedad. Algunas de las habilidades blandas más conocidas son: a) la capacidad para identificar emociones y regularlas, b) poseer imaginación activa y sentido de la curiosidad insaciable, c) gran iniciativa, d) autoconfianza, e) originalidad y autenticidad, f) flexibilidad, g) talento para administrar el tiempo, h) destreza para resolver conflictos y contar con pensamiento crítico, i) ser capaz de comunicarse de manera efectiva (Buxarrais, 2013). Otro estudio igualmente interesante, adelantado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), demostró la gran incidencia que tiene en el futuro laboral, que el desarrollo de las habilidades blandas se de a temprana edad. La forma en que nos relacionemos con nuestros padres y cuidadores de los 0 a 3 años, a través de un vínculo de apego, proveerá la clave para la seguridad psicológica del niño, e incidirá en gran medida en la manera en que posteriormente escogeremos a los amigos, a la pareja y específicamente, guiarán nuestras interacciones en el entorno del trabajo (Bowlby, 1988). En todas nuestras relaciones adultas pondremos en escena las habilidades blandas adquiridas en la temprana infancia gracias a las experiencias vitales propias de este periodo. Sin embargo, para construir vínculos tan trascendentes y significativos, se requieren determinadas condiciones. En primer lugar, es necesario que exista suficiente tiempo compartido entre el bebé y una figura principal estable, adicionalmente, se precisa que esta persona sea sensible y cuente con su propia capacidad para tolerar las emociones que surgen entre el cuidador y el niño; especialmente, la ansiedad. Posteriormente, jugará un papel fundamental el jardín de infantes, donde aparecerán nuevas figuras de apego y un espacio de socialización por excelencia, en el que el niño o niña pueda encontrar, en un entorno social ampliado, adultos sensibles, receptivos y pacientes, así como el tiempo para permitirles la espontaneidad, la creatividad, la originalidad, oportunidades para reconocerse y reconocer a los demás, medios de expresión y actividades para el juego y el trabajo cooperativo. En esas relaciones tempranas, si los niños son tenidos en cuenta y reconocidos en su singularidad, se estará plantando las semillas para que estas habilidades germinen y se desarrollen a largo de nuestra vida. Por tanto, la manera de proveer a nuestros infantes las habilidades blandas que les permitirán en su vida adulta desarrollar competencias intelectuales y gozar de relaciones satisfactorias en diferentes niveles, incluidas las relaciones laborales, consiste en reflexionar y trabajar en nosotros mismos como adultos la sensibilidad y tolerancia, para construir, con tiempo y con ejemplo, relaciones entre seres humanos reales, con todas nuestras diferencias. Serán fundamentales todos los espacios que podamos destinar a compartir juntos con los niños en los cuidados tempranos, en la lactancia, y progresivamente en juegos, en las tareas del hogar, en proyectos, en actividades deportivas, sociales, intelectuales o culturales. En estas actividades, podemos intentar sintonizarnos con sus necesidades emocionales y en ningún caso forzar los procesos intelectuales. Como sabiamente dijo una niña de cinco años cuando estaba escribiendo este blog y lo leí en voz alta en su presencia: “¿puedo darte mi opinión?”, te lo agradezco le respondí: “creo que no existe en el mundo nada más bello que lo que vivimos en casa”. En el contexto al que nos estamos refiriendo, bien podemos interpretar esta opinión como una valoración a la posibilidad del tiempo compartido diariamente, en el ambiente más íntimo, con las personas más cercanas, para construir los vínculos en los que hay dificultades, desencuentros, incertidumbres, duelos, enojos, alegrías, juegos, cuidado; en últimas, en los que hay acceso al canal de la realidad: personas adultas concretas y estables dispuestas a vivir junto con los niños cada día, a partir de lo cual los niños podrán desarrollar habilidades blandas de manera creativa y singular, acorde con su carga genética, con su propia experiencia y en un contexto cultural particular. *Profesional en proceso de formación en Parent Infant Psychoanalytic Psychotherapy en el School of Infant Mental Health de Londres.